José Albarracín, un vendedor de achilata que desde hace casi 30 años endulza las jornadas de tucumanos y turistas en la plaza Independencia, contó el origen al nombre de este refrescante helado típico de la provincia.
Con su carisma y una sonrisa cálida, dijo a LA GACETA que la achilata es más que un simple helado: "Es parte de nuestra identidad". "La gente siempre vuelve por la achilata porque es algo fresco y auténtico. No pasa de moda, es tradición pura".
Con precios accesibles y su técnica para mantener el hielo fresco entre capas de papel de diario, José atiende en su lugar de siempre, de 9 de la mañana a 6 de la tarde, asegurándose de que nadie se quede sin su ración de achilata, incluso en invierno.
La receta, comenta José, no es complicada, pero requiere dedicación: "Antes, la hacíamos con tacho galvanizado y sal gruesa, girando hasta que se congelaba. Hoy la mayoría la compra, pero yo la he hecho. Es casi un ritual".
"¡Achilata, achilata!" El grito que hizo historia
La sorpresa de la charla llegó cuando José compartió la historia detrás del nombre "achilata". “Dicen que viene de los inmigrantes italianos que vendían helados en la plaza y gritaban ‘a gelato, a gelato’. Los tucumanos lo escuchaban como ‘achilata’, y de ahí quedó”.
Con esto, José sabe que su helado tiene una historia que pocos conocen, y que para él es motivo de orgullo.
Turistas y tucumanos: La chilata, un ícono de sabor
Los turistas que prueban la achilata quedan encantados. “Siempre me dicen que lo mejor de Tucumán es la milanesa, la empanada, el panchuque y, claro, la achilata”. Y no le falta razón. Es una parada obligada para quienes buscan saborear algo genuinamente tucumano. Incluso, algunos jóvenes ya han renombrado esta refrescante delicia como "hachilado", una mezcla entre helado y achilata que José aprueba con entusiasmo.
Una historia que sigue sumando tradición
José Albarracín, vendedor, narrador y guardián de la achilata, sigue siendo una parte esencial de las jornadas tucumanas. Para él, su trabajo es más que una fuente de ingresos: es un símbolo de la cultura tucumana. Así, cada tarde, con su carrito en Plaza Independencia, asegura que la tradición de la achilata siga viva, mientras su voz se escucha fuerte y clara: “¡Achilata, achilata!”.